Siempre fui un poco pelotuda para estas cosas. No importan las características, no importan los número trágicos y fatales, no importa qué tan lejos de mi casa esté pasando. El dolor, la angustia, el llanto, la desesperación... nunca me son ajenos. Me desarman la armonía y la estabilidad. Sí, digan que exagero. No señores, no exagero. Tengo sangre en el cuerpo y el dolor del otro, llega a dolerme. La desazón, la incertidumbre y el miedo también lo siento yo. Hoy no tuve nadie ahí. Hoy no me llegó un mensaje de un conocido buscando a otro. Hoy, que estuvo más cerca que nunca, no me tocó desde ese lado.
Hay pesares que cargo sola. Las ansias por hacer algo que nunca hago. El deseo de ayudar que siempre es reprimido por el sedentarismo.
Hoy ayudé. Con lo poco que pude, ayudé. Pensando que eso iba a hacerme sentir mejor, de una vez por todas. Pero mientras volvía, me di cuenta que me sentía igual de mal que antes. No reviví a nadie. No reconstruí ningún techo. No rescaté a nadie.
Leí cantidad de barbaridades imposibles de reproducir. Escuché comentarios completamente desacertados en lugar, tiempo y forma. Vi actos desafortunados de personas que, sin lugar a duda, no tienen medio gramo de cordura.
La vida sigue. Mañana nos olvidamos. Mañana es miércoles, vamos a comer al caribe y nada de esto pasó. No estoy orgullosa de mí, por el simple hecho de que necesito el estado crítico y la situación extrema para situarme donde siempre quisiera estar.
Cuánta bronca me da la gente que habla y no se involucra. No quiero ser de esos, nunca más. Amo mi ciudad. Tanto que no sería capaz de permitir que ningún pelotudo se atreva a ofenderla de alguna forma. Amo a los rosarinos. Amo ser rosarina. Y amo ver cuántos sienten como yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario