martes, 13 de agosto de 2013

Los veo. Juro que los veo. Los veintiuno sentados en una nube. Abrazándose en el reencuentro del que llegó antes, con el que se demoró más en la fe de tanta gente. Los veo a los primeros y también veo a los últimos. Entiendo lo que esto significa. Padres que pueden ser despedidos. Abuelos que serán extrañados. Hijos que fueron devueltos a sus padres. De todas formas, entendiendo o no, nada tiene sentido. Quedan recuerdos de una semana fatídica en la que no hubo buenas noticias. Seis días de incertidumbre, dolor y angustia.
No podría creer que la gente que dijo verlos, mintió. Sé que fueron las ganas. Esas ganas inmesas de verlos en cada rincón. Esa necesidad sobrehumana de encontrarlos, sanos y salvos. Estuve segura y afirmé que HOY Santiago aparecía. Era un deseo. Se me cumplió, de la peor manera, pero se me cumplió. Los lloramos a todos, pero esos dos ojos que miré tantas veces y en tantos lugares durante estos días, probablemente no se vayan.
Hoy creo que Rosario está más cerca que nunca. Hoy creo que nos unimos en un dolor. Hoy estamos juntos. Tenemos que levantarnos, por ellos. Por los veintiuno.

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