domingo, 4 de abril de 2010

Puedo admitirlo, porque no es que me duela: soy insoportable. Puede ser tan desconfiada que doy asco. Nunca me caractericé por tener paciencia. Sin embargo, estos últimos días fueron los peores. Será que mi novio está lejos. Será esa dependencia que siento, que cuando se aleja, puff, se me desarman los esquemas. No quiero malentendidos, confío en mi novio. Él no está en esa lista que armé en la cabeza. Simplemente que, por no tener paciencia, por no aguantar ciertas cosas, me brota la desconfianza.
Sí, tengo veinte años. Soy chica. Pero tengo que madurar. De a poco voy aprendiendo a mirar más allá de las apariencias. Amigo no es el que está todas las noches de caravana. Amigo es el que está. Ni por conveniencia, ni por comodidad, ni porque no te queda otra. Y de esos tengo muy pocos. No paran de decirme que pienso como los viejos. No es pensar como viejo. Es pensar.
Hay cosas que noto en mí (que las considero positivas), que me cuesta horrores encontrar en los otros. Si hoy digo que este/a amigo/a está por demás de desquiciado/a, es porque a ese/a amigo/a, se lo dije ayer. No garpa ni ahí darte cuenta que como hablan de los otros, hablan de vos en cuanto te fuiste. Igual, esto no tiene nada que ver. Es fruto de la desconfianza. De no querer creer en nadie. Y aún sabiendo que el mambo es mayormente mío, no puedo dejar de decir que hay personas puntuales que me decepcionaron muchísimo.
Ya no escribo como antes. Es más, cuando releo, me doy cuenta que no expresé ni una idea completa. Eso es por atolondrada.

No hay comentarios: