viernes, 21 de mayo de 2010

Ella creyó estar en el paraíso cuando aquella noche con él se entregó de cuerpo y alma. Y amándonos sintió que la hizo mujer. Él tenía veinte, ella dieciséis. Para ella era su mendigo y su rey. Le entregó toda su vida sin límites y sin medidas con la inocencia de su primera vez. Ella sintió como la primavera se iba haciendo invierno en su piel. Como pasaba su vida extrañándolo y nunca más lo volvió a ver. En su vientre fue creciendo el amor y en su corazón, en su alma, el dolor. Y entre lágrimas y heridas, valor y fuerza desmedidas sintió el milagro de su hijo nacer.
Y ella preguntó ¿dónde estás mi amor? ¿Por qué nadie me habla de ti? ¿Por qué me hacés sufrir? ¿Por qué no estás aquí? ¿Por qué me duele tanto vivir?
¿Quién tiene tu piel, tu mirada fiel? Me hacés falta, yo te esperaré. Ella alzó su bebé, con valor y con fe, miró al cielo y sonrió sin querer.
Era demasiado extraño que nadie supiera lo que sucedió. Como del día a la noche y sin decir adiós él no regresó. El destino ya no se lo ocultó y en un diario viejo lo descubrió. Como el hombre de su vida una noche en la ruta y deprisa perdió el control y así su mundo acabó.
De pronto sintió su cuerpo cansado, sus bracitos dejó caer. Se mojaron sus mejillas vivió en un suspiro profundo el ayer. El dolor la hizo más fuerte esta vez. Prometió a su hijo que iba a estar bien. Intentaba y no podía entender como iba a ser su vida sin el calor de su mendigo y su rey.
Y ella preguntó ¿Dónde estás mi amor? ¿Por qué nadie me hablaba de ti? ¿Por qué me haces sufrir? ¿Por qué no estás aquí? ¿Por qué me duele tanto vivir?
Él tiene tu piel, tu mirada fiel. Me hacés falta yo te extrañaré. Ella alzó su bebé con valor y con fe, miró al cielo y sonrió sin querer.
Mi mendigo y rey, siempre te amaré.

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