Tú me dices, yo te digo, y así empieza nuestra guerra cotidiana. Yo me armo de adjetivos, tú conjugas el peor de mis pasados. Y te apunto donde duele, y te acuerdo el peor de tus pecados. Tú reviras la ofensiva y disparas donde sabes que haces daño. Y en el campo de batalla quedan muertos los minutos que perdemos. Tú me dices, yo te digo, y así acaba nuestra guerra cotidiana. Esta guerra sin cuartel que nadie gana. Porque hablamos y no usamos ese tiempo en darnos besos. En pintarnos con las manos las caricias que queremos, y que no nos damos porque siempre hablamos; de lo tuyo y de lo mío, del pasado y los culpables. Mientras muere otro minuto porque hablamos. Ya te dije que no es cierto, ya dijiste que tú no eres lo que digo. Nadie cree, nadie acepta, cada quien defiende su utopía. Y el fantasma de la duda se abre paso en la frontera del futuro. Y el presente moribundo se consuela con lo poco que nos queda. Y te quiero; y me quieres. Pero somos más idiotas que sensatos. Y aparece otro día, y nos van quedando llagas incurables de esta maldita enfermedad de hablar de más.
Ricardo Arjona
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